La historia detrás del Biomuseo
El Biomuseo recibe miles de visitantes cada año. Mientras recorren las exposiciones, descubren la increíble historia de Panamá y su rica biodiversidad.
Luis Alfredo Miranda
Biomuseo
El Biomuseo, que abrió sus puertas en 2014, es un centro de interpretación dedicado a la variedad de la vida en uno de los lugares más biodiversos y geológicamente significativos del mundo: el Istmo de Panamá. Sus exposiciones nos introducen en la asombrosa historia de un puente de tierra que emergió del mar hace millones de años y transformó la vida en la Tierra de innumerables maneras. Pero hay otra historia, quizá igualmente fascinante, relacionada con este museo: la de su propia creación. Esta es la historia que hay detrás del Biomuseo.
Los conocimientos científicos que se presentan en el museo tienen su origen en el año 1910 y en los primeros trabajos de investigación realizados en Panamá por la Smithsonian Institution. Ese año, un equipo de científicos llegó a Panamá con el único propósito de realizar un estudio de impacto ambiental sobre todos los bosques que estaban a punto de quedar sumergidos bajo las aguas del Canal de Panamá, que aún estaba en construcción. Fue el mayor esfuerzo de investigación sobre la biodiversidad tropical jamás realizado.
Pronto quedó claro que la ciencia de principios del siglo XX tenía mucho que aprender de los trópicos del planeta. En todas partes se registraban por primera vez especies nuevas y exóticas, y los ecosistemas de los bosques mostraban una miríada de interacciones intrincadas y complejas que convertían estos hábitats en redes vivas asombrosas pero poco conocidas. Ante estos extraordinarios resultados, la Institución decidió ampliar la investigación a todo el territorio de la recién formada República de Panamá. Desde entonces, los científicos del Smithsonian han escalado montañas, atravesado ríos, explorado selvas y buceado en los mares de esta encrucijada de las Américas. En 1912, Panamá se había convertido en el portal de la ciencia occidental hacia los trópicos.
Gracias al trabajo de aquellos primeros expertos, y a los miles que les siguieron, hoy sabemos que Panamá cuenta con una biodiversidad envidiable. En un país que tiene aproximadamente el tamaño del estado de Carolina del Sur, hay más especies de aves y plantas que en todo Canadá y Estados Unidos continental juntos, una superficie 250 veces mayor que la de Panamá. En este estrecho istmo, el Océano Pacífico y el Mar Caribe están separados por sólo 50 millas – una distancia que se recorre fácilmente en coche en menos de dos horas – y, sin embargo, estos reinos marinos consiguen ser dos mundos completamente diferentes.
A mediados de la década de 1970, se empezó a revelar otro aspecto de Panamá: la historia de su formación geológica. Los científicos comprendieron que esta franja de tierra había surgido del fondo del mar hace millones de años, y que su aparición desencadenó acontecimientos naturales que transformaron la biodiversidad en todo el planeta.
Las especies de América del Norte migraron a América del Sur y viceversa, sentando las bases de las comunidades biológicas que se encuentran actualmente en estos continentes. El Atlántico y el Pacífico, antes conectados en una sola masa oceánica, finalmente se separaron. Así, las poblaciones de peces, moluscos y otras criaturas marinas quedaron aisladas unas de otras y tuvieron que evolucionar por separado, formando finalmente ecosistemas que no podían ser más diferentes.
Por si fuera poco, esta misma división oceánica alteró el curso de las corrientes marinas que modificaron el clima de lugares tan distantes como Europa, Groenlandia e incluso África oriental. Los extraordinarios efectos de la aparición del Istmo de Panamá siguen sorprendiendo a la comunidad científica internacional, que lo ha calificado como “el acontecimiento geológico más trascendental de los últimos 60 millones de años en la historia de nuestro planeta”.
A finales de los años 90, esta historia parecía completa y lista para ser presentada al público, pero faltaba un lugar donde hacerlo. Es entonces cuando entra en escena uno de los arquitectos de mayor renombre mundial: Frank Gehry. Su meteórica carrera le había llevado de su Toronto natal a Los Ángeles y al mundo entero, alcanzando el estrellato con la inauguración del Museo Guggenheim de Bilbao en 1997. Este excepcional edificio está recubierto con más de 30.000 placas de titanio y ha sido calificado como “el mayor edificio de nuestro tiempo”.
Gehry gozaba de una fama sin parangón en el mundo de la arquitectura contemporánea. Fue entonces cuando el gobierno panameño decidió acercarse a este destacado arquitecto, casado con una panameña: Berta Isabel Aguilera, nacida en el pequeño pueblo de Antón. Su mediación fue fundamental para que el arquitecto aceptara diseñar un edificio para Panamá. En aquel momento, el gobierno panameño estaba llevando a cabo un ambicioso programa nacional que pretendía combinar el turismo, la conservación y la investigación científica, por lo que la idea de un museo diseñado por Gehry encajaba perfectamente.
Tras muchas e intensas negociaciones para asegurar la viabilidad y autonomía del proyecto, Gehry comenzó a trabajar en los diseños en 2001. A diferencia de sus obras anteriores, dominadas por los tonos grises y el brillo metálico, el nuevo edificio debía ser una explosión de colores vivos. Gehry se inspiró en los paisajes naturales y culturales de Panamá.
Los planos estuvieron listos en 2003 y la construcción comenzó al año siguiente. Pero pronto aparecieron muchos retos. Surgieron dificultades técnicas debido a la complejidad del diseño: nunca se había construido una estructura de este nivel de complejidad en Panamá. Al mismo tiempo, las finanzas se vieron afectadas por el aumento global del coste del acero estructural. Se habían anunciado los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, y parecía que todo el acero del mundo se había desviado de repente para la construcción de grandes sedes olímpicas como el célebre Estadio Nido de Pájaro. Todo el acero que quedaba se cotizaba ahora al triple o incluso al cuádruple de su valor anterior. La viabilidad del Biomuseo estaba en peligro.
Fue necesario que el gobierno panameño reforzara su compromiso con el proyecto, reclutara la ayuda de los bancos privados y emprendiera una campaña de donaciones sin precedentes para asegurar la reanudación de las obras.
Más de 10 años después del inicio de su construcción, el Biomuseo se abrió al público el 2 de octubre de 2014; pero las exposiciones no estaban completas. Tendrían que pasar cinco años más y nuevas campañas de recaudación de fondos para que finalmente se instalaran las últimas exposiciones, incluida una galería con un par de acuarios de agua salada de 9 metros de altura que representan los ecosistemas marinos de Panamá.
En la actualidad, el Biomuseo recibe cada año a miles de personas de todo el mundo. Al recorrer sus exposiciones, cada visitante descubre la increíble historia de Panamá, su biodiversidad y su impacto en todo el planeta. Pero nada de esto habría sido posible sin las innumerables personas que dedicaron sus esfuerzos a explorar y estudiar el Istmo de Panamá, y las que después se atrevieron a imaginar un lugar para contar esta gran historia al mundo.
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